Como el panorama general político y administrativo es tan horrible y lo que se me ocurre decir más vale que me lo reserve de momento, voy a referirme a una cuestión en relación bastante menor.
La Generalidad Valenciana pretende extender un sistema de tornos para la entrada y salida de los funcionarios de sus oficinas. La reacción de sindicatos ha sido inmediata oponiéndose.
Para mí el control de horario establecido y variante según los años y avances técnicos, no es una medida racional, porque pienso que ha acabado con la responsabilidad de cada jefe en el control del trabajo en su unidad. Pero es más, no sería necesario ese control nada más que para la prueba del incumplimiento, pero también se deja de lado la racionalidad en la organización en particular y, en consecuencia, en general. Irregular distribución del trabajo, injusta pues al más eficaz se le atribuye más trabajo y el más difícil, incluso se le atribuyen responsabilidades superiores a su cuerpo y nivel de puesto.
Personalmente al cesar en mi cargo de Director del Instituto Valenciano de Administración pública se me tuvo un año arrinconado sin hacer nada, primero en un pequeño habitáculo con cristal que daba a un pasillo y luego, porque mi presencia aún molestaba, a un despacho en otro edificio con puerta a un lavabo oyendo tirar de la cadena a cada instante. Tuve tiempo de estudiar, de luchar para que me reconocieran mi nivel consolidado en la Administración estatal, rebajado sin sentido a un nivel 22.
Una vez concursado, calenté asiento en mi puesto muchas horas, pues los expedientes a informar jurídicamente me ocupaban normalmente sólo dos horas de mi jornada y seguí estudiando y pensando. De modo que obtuve más de mi no trabajo de lo que pude rendir a la Administración.
Es un ejemplo. En mi ingreso en la Administración la moda era la referencia a la racionalización, pero lo imperante hoy es la irracionalidad. Así pues, menos tornos, más capacidad, buen uso de los medios, número de funcionarios estrictamente necesarios, distribución equitativa del trabajo, control por la jefatura, la cual ha de tener más mérito y capacidad que los de ella dependientes y no nombrada a dedo. No pararía, siempre se recurre a lo fácil, a lo que impacta en el ciudadano y desprestigia al funcionario. Más formación funcionarial e igualmente más en los directivos y más responsabilidad y eficacia.
El resto cuentos, palabras y más palabras, y sillones calientes o charlas en los despachos u ordenadores a controlar, porque aun cuando no se tenga trabajo, tampoco cabe el ocio. Y el ciudadano a pagar.