Ahora que se comentan los efectos de la caída de Thomas Coock en la economía española, en especial en la insular, me hace pensar en dicha economía y, sobre todo, en la dependencia cada día mayor de la actividad política y de las Administraciones públicas. Si el 14 de abril me refería a la indefensión del ciudadano frente al poder político, hoy lo que acude a mi mente es la situación de los jóvenes respecto al empleo. Pero sobre todo me invade la idea de que la sociedad española se ha hecho blanda, muelle, cómoda y todo lo espera del poder público. De tal manera que éste es una especie de monstruo que ha de ocuparse de todo y proporcionarnos todo. Por ello, no es de extrañar que las acciones totalitarias sean o puedan ser el pan nuestro de cada día.
Los expertos en economía tendrán un juicio mejor sobre nuestra situación, pero la imagen que yo tengo es que dependemos del sector servicios para el empleo y de ahí, también, la temporalidad del mismo. La importancia del turismo es evidente y la industria que, en mi juventud, caracterizaba al hoy País Vasco y a Cataluña, desapareció tiempo ha. Incluso los sindicatos que no existían en la Administración pública son hoy pieza importante en su funcionamiento y en la acción política.
Por mi experiencia y vivencias el empleo público siempre ha sido esencial para la juventud y el trabajo, si bien no hasta el extremo actual. Actualidad que ha roto con la periodicidad de las pruebas selectivas, para apoyarse en el empleo interino y en de puestos de confianza política. La estructura de la función pública se ha cambiado y el funcionario de carrera como profesional y garante de la juridicidad ha desparecido. Buena parte del empleo, tal como he dicho en otras ocasiones, depende de la concesión graciosa del poder político y su retribución y carrera del servicio fiel e incondicional al superior designante. Con el cambio estructural de la función pública se puede decir que ésta deja de serlo y, además, el gasto público se incrementa sin control. Únicamente la intervención económica puede hacer algo, pero sólo formalmente, pues materialmente como funcionarios que son, los interventores están igual de sometidos o "intervenidos" que el resto de funcionarios. Hoy hablar de directivos públicos es un chiste.
Y aquí viene la ocasión de conectar con la empresa, porque este funcionamiento conlleva una paradoja, en cuanto al empleo y mando se puede considerar que se actúa como una empresa (lo que es un mal evidente), pero en cuanto a la gestión y economía no. Sin perjuicio de que siempre he considerado que la Administración pública no es una empresa.
Para seguir conectando con la empresa y sus características, hay que volver a pensar en la función pública que tenemos y, dado el panorama descrito, creo que no hay funcionarios que tomen iniciativas por temor a incurrir en el desagrado del superior, de modo que nadie asume responsabilidades. En cierto modo, creo que por ello, el jefe de una unidad donde se toman decisiones o se preparan, por la frecuente antijuridicidad existente, no da la cara, rehuye el contacto con el público y es el nivel inferior administrativo el que lo hace declarándose como un simple mandado. Como en cualquier situación no podemos decir que exista un sistema de responsabilidades que no sea el arbitrario o el de conveniencia, es utópico pensar en una Administración racional y económicamente solvente, sino en "ancha es Castilla" y un todo vale.
En consecuencia, no podemos hacer referencia a una eficacia como la que se predica de la empresa privada y digo predica, pues esa eficacia es relativa y depende no de la empresa como sistema sino de los empresarios y sus condiciones y valía. Pero sobre todo nadie asume iniciativas, nadie piensa, planifica, propone, salvo al patrón que le colocó, para que quede bien o presente una sabiduría de la que carece. Con la actual estructura funcionarial esto se produce, pues, respecto del libre designador o del partido de turno.
En cambio, repito lo que se predica del empresario es la eficacia y la eficiencia y el beneficio es la meta, sin él no se puede subsistir, se quiebra la empresa y desaparece. Pero el problema es que si la empresa es algo bueno, si necesitamos empresarios, han de existir campos en los que puedan actuar, en los que pueda haber beneficio, en los que el exceso de competencia no llegue a anularlo. Si el sector público lo ocupa todo y la subvención pública te nutre, qué empresas privadas serán posibles. ¿Cuántas personas serán capaces de tomar iniciativas o crear una empresa? La molicie es el resultado. Una sociedad muerta, sin vitalidad para resistirse al poder absoluto actual. Y ¿empresas? : bares, discotecas, juego, etc.
Como ya dije prepárense a disfrazarse de manolas, a ponerse sombrero cordobés, vestirse de torero y en procesión acudir a puertos y aeropuertos y fronteras a cantar como en Bienvenido Mr. Marshall. Y pongan turistas en lugar de americanos.
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