Siguiendo con Tocqueville es destacable que no mantenga la idea de que la democracia es solo un sistema legal, sino que resalte sus características como sistema moral que ha de ser cuidado para que no se corrompa; si ello se olvida proliferan los rufianes y los aprovechados que precisamente utilizan el derecho de modo espurio y eliminan igualmente sus elementos éticos. Por ello la democracia como sistema moral ha de ser instruido e imbuido al pueblo, pero, paradójicamente, también con moralidad, como un plan común que precisa de sacrificios y no fuente de comodidades y derechos inmerecidos a costa y carga de sólo unos pocos que sí trabajan y contribuyen.
Hoy escojo estos párrafos:
La mayoría estima que el gobierno actúa mal; pero todos piensan que el gobierno debe actuar sin cesar y meter la mano en todas partes. Esos mismos que disputan entre sí descarnadamente no dejan de estar de acuerdo en este punto. La unidad, la ubicuidad, la omnipotencia del poder social, la uniformidad de sus reglas, conforman el rasgo sobresaliente que caracteriza todos los sistemas políticos alumbrados en nuestros días. Es algo con lo que nos topamos también en el fondo de las más arcanas utopías. El espíritu humano persigue estas imágenes incluso cuando sueña.
.....la anarquía adopta rasgos más aterradores si cabe en los países democráticos que en el resto. Como los ciudadanos no tiene derecho a actuar los unos sobre los otros, en el momento en que se ausenta ese poder nacional que los contiene a todos en su lugar parece como si el desorden fuese a devenir enseguida inmanejable, y que, al separarse cada ciudadano de quien tiene a su lado, el cuerpo social vaya a reducirse bruscamente a polvo. Estoy convencido, sin embargo, de que la anarquía no es el principal mal que habrán de temer los siglos democráticos, sino el menor de ellos. La igualdad produce, en efecto, dos tendencias: una de ellas lleva a las personas directamente a la independencia y puede empujarlas de inmediato a la anarquía; la otra las conduce por un camino más largo, más secreto, pero más seguro, hacia la servidumbre. Los pueblos se percatan fácilmente de la primera de esas tendencias, y la resisten; se dejan, sin embargo, arrastrar a la segunda sin darse cuenta, de ahí que sea de particular importancia hacerles conscientes de ella......
A medida que las condiciones se igualan en un pueblo, los individuos parecen más pequeños y la sociedad más grande, o más bien cada ciudadano, al devenir semejante a todos los demás, se pierde en la muchedumbre, y ya no nos percatamos sino de la vasta y magnífica imagen del pueblo en sí mismo. Esto hace, naturalmente, que quienes viven en la época democrática desarrollen una idea muy elevada de la sociedad y una idea muy humilde de los derechos del individuo. Admiten fácilmente que el interés de la una lo es todo, y el del otro, nada. Convienen de muy buen grado en que el poder que representa la sociedad posee mucho más conocimiento y sabiduría que el de cualquiera de las personas que la componen, y que el deber de aquella, que es también su derecho, consiste en tomar de la mano a cada ciudadano para guiarlo.
Estas son las condiciones en las que inconscientemente la igualdad se va desconectando de la libertad y de la personalidad y la creación.
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