martes, 11 de febrero de 2014

MI HEMEROTECA: Instituciones y Gobierno.

Estos días de nuevo los valencianos nos encontramos con la histórica controversia sobre nuestro idioma y si es catalán o valenciano; cuestión que también he vivido, como descendiente de mallorquines respecto del mallorquín. Soluciones diferentes en Valencia y Mallorca han adoptado sus Estatutos, la primera nos dice que nuestra lengua es el valenciano y la segunda dice que su lengua es el catalán. La situación en Valencia se ha agravado con un diccionario que la Academia Valenciana de la Llengua ha publicado, antes de su informe por la Conselleria de Educación y el Consell Juridic Consultiu, y que califica al valenciano como: Llengua románica parlada a la Comunitat Valenciana, així com a Catalunya, les Illes Balears, el departament francés dels Pirineus Orientals, El Principat d'Andorra, la franja oriental d' Aragó i la ciutat sarda de l'Alguer, llocs on rep el nom de català.

Las reacciones han sido inmediatas y los partidarios de valenciano como lengua distinta lanzan sus críticas y los más extremos atacan a la Academia y realizan pintadas en la vivienda de su presidente. No puedo entrar en la materia desde un punto de vista científico o histórico, no es de mi especialidad o de mi conocimiento propio. Soy valenciano, hablo el valenciano, hijo y nieto de mallorquines, con una abuela Ana Villalonga y Zaydin que escribía en mallorquín, conocida en su tiempo por sus comedias costumbristas y criticada por los puristas del catalán y hoy asimilada rápidamente al acerbo de la cultura pancatalanista. No sé que diría si pudiera verlo. También he vivido en Tarragona más de cuatro años. Por tanto cuando hablo ya no sé si los términos que empleo son de uno u otro lado y nunca me he atrevido a escribir en valenciano. Mi opinión es que los intereses políticos y del pancatalanismo, la ignorancia de otro lado, y el sentimiento del valencianismo lo han enturbiado todo y el catalán que se nos ofrece en los medios públicos, principalmente en televisión, tiene poco que ver con el valenciano, mallorquín y catalán hablado y sus diferentes acentos. Si no hubiera detrás de todo un proyecto político, la cuestión no tendría la misma dimensión. De otro lado, hay mucha tela que cortar en este asunto, y ciencia y sentimiento entran muchas veces en conflicto y, además, la primera es manipulable y los segundos también y para ello se utiliza a la educación y la ciencia de turno. Pero todo esto viene al efecto de reproducir un artículo publicado en el diario Las Provincias en 3 de mayo de 1995, hace ya casi 20 años, y que decía así:
En conversación con un amigo, no nacido en Valencia, y en referencia a nuestra administración, me señalaba cómo, tras doce años de autonomía, los valencianos aún andamos dando vueltas a la cuestión de nuestra identidad, en franco complejo respecto de catalanes y vascos. También llegamos a la conclusión de que todo ello determina que nos olvidemos de la cuestión más importante: la de la efectividad de nuestro gobierno autonómico y de la administración pública valenciana.

Al hilo de esta conclusión, nos parecía que las instituciones, en particular la de la Generalidad, se había comido a la del Consell o Gobierno Valenciano, otorgando excesivo protagonismo a las consellerias, las cuales parecen andar solas, cual reinos de taifas.

Otra institución, la municipal, parece secuestrada y dividida por camarillas, personalismos, políticas faltas de coordinación e intereses partidistas; hasta el punto de que, como Penélope, lo que unos tejen los otros lo destejen. Los vecinos del barrio de San José conocemos bastante de estas políticas contradictorias que nos conducen a una convivencia nada pacífica, en la que sólo cabe esperar que no imperen los nervios y no se produzcan daños para nadie.

La verdad es que después de doce años,parece llegada la hora de gobernar, la hora de los hechos. Las instituciones necesitan consolidarse por las políticas efectivas, Los ciudadanos valencianos las respetarán cuando se sientan gobernados y administrados; cuando sientan que los políticos viven para la institución y no de la institución. Esta es la única reflexión que debe valer hoy, desde mi punto de vista, para los partidos políticos y la que debe presidir las campañas electorales. Doce años sí que son un período importante para medir una labor, bastante lejos de los clásicos y tontos cien días que no sé quienes han convertido en vara de medir la eficacia de los gobiernos y organizaciones. Cien días no sirven ni para aterrizar en los problemas de la administración pública.

Los valencianos, los españoles, somos mayores de edad, necesitamos que se nos hable con claridad. No podemos vivir de la fiesta permanente, de los aires mediterráneos y del sol y de la luz; y si ese es nuestro único futuro cojamos todos la pandereta y unámonos a la juerga esperando la muerte dulce en plena alienación, borrachos de placer, o emigremos a tierras más austeras donde trabajar.

Lo cierto es que tengo ganas de sacudir mi escepticismo, de tener esperanza, de renovar ilusiones, de abrir las ventanas y de que entre un poco de aire que me permita respirar. La farsa es un género antiguo que deseo que sólo perviva en los escenarios del teatro y que se aleje de los valencianos y de los españoles. Cuando esto sea así, no hará falta hablar de instituciones, ni buscarles nombres, nos limitaremos a hacer y ser, simplemente.

Este artículo se publicaba poco antes de que se celebraran las elecciones por las que el PP llegó a las instituciones valencianas y hemos llegado a lo que hemos llegado, hasta hemos perdido instituciones y los hechos son más deshechos que otra cosa. El aire que yo pedía estaba contaminado o el tiempo lo contaminó o mis ventanas daban a un lodazal removido por la lluvia. Es posible considerar que se ha retrocedido y que hoy más que nunca todos viven de las instituciones públicas e incluso que se crean al sólo efecto de llenar bolsillos particulares y de partido. Tiempos difíciles, en los que la legalidad apenas sirve y el ciudadano está más indefenso que nunca y la justicia se restringe en su acceso y en su eficacia. Una pena. La farsa parece conducir a la tragedia, sin ánimo de exagerar. Pero como dijo Rubén Darío ¿callaremos ahora para llorar después? Y ya que hablo de poetas, Blas de Otero acude muchas veces al aire como motivo en sus versos y acudo, para terminar, a estos, que puede que ya reflejara en otra ocasión:

A Mí
                 lo que me duele
            es el pecho. 

     (El pecho
        tiene forma
      de españa)

                                                El médico me ha dicho:--Mucho aire,
       mucho ai...
                     --Como no lo pinte.

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