Leo en la prensa valenciana lo siguiente:
Una profesora, en paro tras 35 años al no tener el valenciano.
Encarna lleva toda la vida como docente de trompa en el conservatorio y se ha quedado en la calle por no acreditar que posee el título del idioma
Sinceramente la indignación al verlo me invade, el fomento del valenciano, catalanizado de otra parte, no exige de medidas injustas y de daños prácticamente irreparables. Y además, morales de importancia y de una aplicación retroactiva, aunque la funcionaria sea interina y como solución le ofrezcan destino en la zona valenciana castellano parlante.
Cuenta la afectada que su abogado le dice que una reclamación no tendra otra respuesta que no sea el silencio administrativo. Cuestion de mala fe añadida y de incumplimiento de la confianza legítima en la Administración; esa que los españoles hemos perdido salvo algunos juzgados y magistraturas. No hay excusa todo es altamente grosero e ilegal y como inmoral no puede ser derecho.
La interesada alega en el ABC que el lenguaje de la música es universal y lleva razón. En mi ejercicio de cargo político en el IVAP, ante algunas pretensiones políticas de orden parecido, sacaba una sentencia europea condenando la exigencia de gaélico en caso similar a este de un profesor de otra clase de instrumento, desconsiderando su necesidad para ello. Lo que siento es que no la he vuelto a encontrar, aunque hoy, un vez más, la he buscado y aún considerando que fuera galés y me equivocara de idioma.
En resumen: inmoral y, en mi valoración de la función pública, en casi delictivo. No es el camino, no. A mí me han apartado de tres lenguas amadas: el valenciano, el mallorquín y el catalán y aunque fueran una, y no digo cual, la politizacion del tema me da asco. No se gana nada desechando radicalmente actos anteriores salvo el perjuicio a terceros sin beneficio al interes público.
Los españoles tienen el deber de conocer el español , pero los que cometen estas tropelías no se sienten españoles y se amparan en nuestra cobardía particular y oficial y en la lentitud judicial.
No hay derecho ni vergüenza.
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