Vuelvo a los clásicos y su actualidad y recojo un largo párrafo que no necesita comentarios:
Fijar al poder social unos límites extensos, pero visibles e inamovibles; otorgar a los particulares ciertos derechos y garantizarles el disfrute incontestable de los mismos; conservarle al individuo la poca independencia, fuerza y originalidad, que aún le quedan; elevarlo al nivel de la sociedad y sostenerlo frente a ella: ese me parece que es el primer objetivo del legislador en la era en la que entramos. Se diría que los soberanos de nuestros tiempos no buscan sino hacer grandes cosas con los hombres. Me gustaría que pensasen un poco más en hacer grandes hombres; que valorasen menos la obra y más al obrero, y que recordasen en todo momento que una nación no puede perdurar robusta mucho tiempo cuando cada una de las personas que la componen es individualmente débil, y que hasta la fecha no hemos dado con formas sociales ni con combinaciones políticas que puedan engendrar un pueblo enérgico si este se compone de ciudadanos pusilánimes y endebles.
Observo que nuestros contemporáneos albergan dos ideas contrarias e igualmente funestas. Unos ven en la igualdad solamente las tendencias anárquicas que aquella genera. Temen por su libre albedrío; tienen miedo de ellos mismos. Los otros, que existen en un menor número, pero son más lúcidos, tienen una visión distinta. Al lado de la vía que, partiendo de la igualdad, conduce a la anarquía, han descubierto el camino que parece llevar a las personas inexorablemente hacia la servidumbre. Someten de partida su alma a esta servidumbre necesaria; y, desesperando de permanecer libres, se entregan de corazón a la adoración del amo que está por venir. Los primeros abandonan la libertad porque estiman que es peligrosa; los segundos porque la juzgan imposible. Si yo hubiese creído esto último, no habría escrito la obra que se acaba de leer; me hubiera limitado a gemir en secreto lamentando el destino de mis semejantes. Si quise sacar a la luz los peligros que la igualdad genera para la independencia humana fue porque creo firmemente que dichos peligros son los más formidables y a un tiempo los menos previstos de entre todos los que deparará el porvenir.
En todo caso, no creo que sean insuperables. Quienes viven en los siglos democráticos en los que nos adentramos poseen por supuesto el gusto de la independencia. Naturalmente, soportan con impaciencia la norma: hasta la permanencia del estado que ellos prefieren les fatiga. Aman el poder; pero se inclinan a despreciar y aborrecer a quien lo ejerce, y se escapan con facilidad de sus manos a causa de su pequeñez y su propia movilidad. Nos toparemos con estos instintos una y otra vez, porque surgen del fondo del estado social, que no cambiará. Durante mucho tiempo impedirán que despotismo alguno pueda asentarse, proporcionando nuevas armas a cada nueva generación que quiera luchar en defensa de la libertad de los seres humanos. Tengamos, pues, frente al futuro ese saludable temor que nos hace estar vigilantes y combativos, y no la clase de terror lacio y pasivo que abate los corazones y los enerva.
Puesto que Tocqueville nos dice todo esto pensando en la entonces recien democracia americana añado su reflexión general al efecto, pensando si algún lector tiene respuesta.
Antes de finalizar para siempre la travesía que he emprendido me gustaría dar un último vistazo comprensivo a todos estos rasgos tan diversos que marcan el rostro de este nuevo mundo, para juzgar, en definitiva, la influencia que en general ha de ejercer la igualdad en la suerte de los seres humanos. No obstante, la dificultad de una empresa de este tamaño me hace recular, pues en presencia de un tema tan descomunal siento que la vista se me nubla y la razón titubea. Esta nueva sociedad, la americana, que he tratado de delinear y que quisiera juzgar, acaba de nacer. El tiempo no ha perfilado todavía su forma: la gran revolución que la ha creado todavía pervive, y en función de lo que sabemos a día de hoy no es posible discernir qué pasará con la revolución misma, y lo que quedará tras su paso. El mundo que se está alzando aún se ve lastrado por los restos del mundo que se hunde, y, en medio de la inmensa confusión que presentan los asuntos humanos, nadie es capaz de decir qué va a quedar de las viejas instituciones y de las antiguas costumbres, y qué terminará desapareciendo.
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