Con cierta frecuencia se señala la brecha que existe entre los ciudadanos corrientes y las instituciones políticas y sus dirigentes. Para ello se utilizan términos como falta de legitimidad, desafección o apatía que apuntan a que existe una dificultad creciente para que el ciudadano consienta el ejercicio del poder.
Puede parecer que nos hemos acostumbrado a que más de la mitad de los encuestados por el CIS otorguen a los partidos políticos una valoración entre 0 y 3 sobre 10 puntos; a que la satisfacción ciudadana sobre el funcionamiento de los servicios públicos esenciales haya empeorado en los últimos años; a que España no ocupe la misma posición internacional en economía que, por ejemplo, en educación o en democracia; a que en la percepción ciudadana sobre la corrupción hayamos pasado en el ranking mundial del puesto 23 en el 2006 al 32 en 2010; a que la confianza política haya caído casi 20 puntos en los últimos quince años, siendo muy significativo el desplome desde 2004; a que para más de la mitad de los españoles la política esté asociada al sentimiento de desconfianza; o a que la Encuesta Social Europea nos sitúe en 2009 en el último país en interés por la política o en los puestos de cola en la confianza en los políticos y en los partidos políticos. También parece que aceptamos que lo anterior no tiene que ver con que casi la mitad de la población no esté satisfecha con el funcionamiento de la democracia; ni que esté relacionado con la existencia de unas tasas de abstención que en las elecciones locales superan la tercera parte de los votantes. Sin embargo, la conclusión es que nos encontramos en una democracia debilitada, que algunos de sus elementos están en riesgo y otros en crisis.
El Movimiento 15-M presenta varias lecturas necesariamente provisionales a los pocos días de su nacimiento. Puede ser que se trate de una explosión espontánea de irritación ciudadana convocada a través de las redes sociales en un momento de máxima atención política del país. Pudiera ser que se tratase de lo anterior y que grupos radicales que cuentan con organización y objetivos precisos pretendan capitalizarlo. También, claro es, caben las teorías conspiratorias. Es posible que el Movimiento se disuelva tras las elecciones, aunque también que perdure en el tiempo bajo otras formas.
Suceda lo que suceda el 22 de mayo, las percepciones de los ciudadanos sobre el sistema político seguirán estando ahí, como también lo estarán los hechos: cinco millones de parados, un paro juvenil que duplica la media de la UE y una crisis económica a la que no se ve la salida del túnel. La mezcla de percepciones políticas sólidamente consolidadas con los duros hechos económicos y sociales es la que hace que deba ser considerado muy seriamente el Movimiento del 15-M como expresión de un amplio descontento popular. Hasta ahora no se había producido una cristalización entre la desafección ciudadana por el ejercicio del poder y la desesperanzada realidad objetiva. Esto ha permitido a los partidos políticos ignorar a los abstencionistas y a amplias capas de población, especialmente jóvenes, que no se implican formalmente en la democracia, no reformar las reglas del juego político y no permitir la entrada de nuevas expresiones ciudadanas. Así, se ha pasado de la apatía privada a la irritación individual y de aquí a la movilización pública.
Es inevitable tratar de considerar quién gana en esta situación en términos políticos. Es probable que la parte organizada del Movimiento se alinee con la izquierda en su sentido ideológico. Así parece corroborarlo algunas de las propuestas iniciales y la adhesión de algún partido político. En esta hipótesis aparecería la identificación de los causantes de la crisis actual con el capital y a éste con la derecha. De esta manera, se produciría una dilución de la mayor responsabilidad por la gestión de la crisis, que corresponde al Gobierno, y compartirla con los partidos políticos y especialmente con el Partido Popular.
Con ser lo anterior de interés, no es lo más importante. La clave de las crisis se encuentra en cómo se afrontan por aquellos que son el sujeto de las demandas, en este caso el Gobierno y los partidos políticos. Hay mucha diferencia en considerar al Movimiento del 15-M desde una óptica de partido (quién gana con esta situación) y minimizar la realidad que está en la base de la protesta o fundamentarla sólo en la crisis económica manteniendo una posición defensiva ante cualquier tipo de cuestionamiento; asumir el compromiso de la apertura, la reflexión y el debate con los manifestantes; o aceptar parte de la culpa por la situación actual, reconocer los fallos del sistema y comprometerse a tratar de reformarlo. Existe un gran riesgo en términos políticos en la primera opción y una ganancia futura en la tercera.
Habrá que esperar a ver si el 15-M tiene incidencia en las urnas del domingo. Lo que sí tiene posibilidades es, de mantenerse la movilización, de influir en las próximas elecciones generales. Si esto se produce en cualquiera de los dos casos no será porque el Movimiento del 15-M haya sido capitalizado por una corriente determinada, sino porque conecta con el sentir de una parte significativa de la ciudadanía y porque los responsables políticos no han satisfecho sus demandas. Los ciudadanos reclaman un nuevo estilo de hacer política y cambios en el funcionamiento de la democracia. En un estudio español de hace pocos años sobre qué demandaban los ciudadanos de los responsables públicos, destacaba: “que, de verdad, nos escuchen”.
Puede parecer que nos hemos acostumbrado a que más de la mitad de los encuestados por el CIS otorguen a los partidos políticos una valoración entre 0 y 3 sobre 10 puntos; a que la satisfacción ciudadana sobre el funcionamiento de los servicios públicos esenciales haya empeorado en los últimos años; a que España no ocupe la misma posición internacional en economía que, por ejemplo, en educación o en democracia; a que en la percepción ciudadana sobre la corrupción hayamos pasado en el ranking mundial del puesto 23 en el 2006 al 32 en 2010; a que la confianza política haya caído casi 20 puntos en los últimos quince años, siendo muy significativo el desplome desde 2004; a que para más de la mitad de los españoles la política esté asociada al sentimiento de desconfianza; o a que la Encuesta Social Europea nos sitúe en 2009 en el último país en interés por la política o en los puestos de cola en la confianza en los políticos y en los partidos políticos. También parece que aceptamos que lo anterior no tiene que ver con que casi la mitad de la población no esté satisfecha con el funcionamiento de la democracia; ni que esté relacionado con la existencia de unas tasas de abstención que en las elecciones locales superan la tercera parte de los votantes. Sin embargo, la conclusión es que nos encontramos en una democracia debilitada, que algunos de sus elementos están en riesgo y otros en crisis.
El Movimiento 15-M presenta varias lecturas necesariamente provisionales a los pocos días de su nacimiento. Puede ser que se trate de una explosión espontánea de irritación ciudadana convocada a través de las redes sociales en un momento de máxima atención política del país. Pudiera ser que se tratase de lo anterior y que grupos radicales que cuentan con organización y objetivos precisos pretendan capitalizarlo. También, claro es, caben las teorías conspiratorias. Es posible que el Movimiento se disuelva tras las elecciones, aunque también que perdure en el tiempo bajo otras formas.
Suceda lo que suceda el 22 de mayo, las percepciones de los ciudadanos sobre el sistema político seguirán estando ahí, como también lo estarán los hechos: cinco millones de parados, un paro juvenil que duplica la media de la UE y una crisis económica a la que no se ve la salida del túnel. La mezcla de percepciones políticas sólidamente consolidadas con los duros hechos económicos y sociales es la que hace que deba ser considerado muy seriamente el Movimiento del 15-M como expresión de un amplio descontento popular. Hasta ahora no se había producido una cristalización entre la desafección ciudadana por el ejercicio del poder y la desesperanzada realidad objetiva. Esto ha permitido a los partidos políticos ignorar a los abstencionistas y a amplias capas de población, especialmente jóvenes, que no se implican formalmente en la democracia, no reformar las reglas del juego político y no permitir la entrada de nuevas expresiones ciudadanas. Así, se ha pasado de la apatía privada a la irritación individual y de aquí a la movilización pública.
Es inevitable tratar de considerar quién gana en esta situación en términos políticos. Es probable que la parte organizada del Movimiento se alinee con la izquierda en su sentido ideológico. Así parece corroborarlo algunas de las propuestas iniciales y la adhesión de algún partido político. En esta hipótesis aparecería la identificación de los causantes de la crisis actual con el capital y a éste con la derecha. De esta manera, se produciría una dilución de la mayor responsabilidad por la gestión de la crisis, que corresponde al Gobierno, y compartirla con los partidos políticos y especialmente con el Partido Popular.
Con ser lo anterior de interés, no es lo más importante. La clave de las crisis se encuentra en cómo se afrontan por aquellos que son el sujeto de las demandas, en este caso el Gobierno y los partidos políticos. Hay mucha diferencia en considerar al Movimiento del 15-M desde una óptica de partido (quién gana con esta situación) y minimizar la realidad que está en la base de la protesta o fundamentarla sólo en la crisis económica manteniendo una posición defensiva ante cualquier tipo de cuestionamiento; asumir el compromiso de la apertura, la reflexión y el debate con los manifestantes; o aceptar parte de la culpa por la situación actual, reconocer los fallos del sistema y comprometerse a tratar de reformarlo. Existe un gran riesgo en términos políticos en la primera opción y una ganancia futura en la tercera.
Habrá que esperar a ver si el 15-M tiene incidencia en las urnas del domingo. Lo que sí tiene posibilidades es, de mantenerse la movilización, de influir en las próximas elecciones generales. Si esto se produce en cualquiera de los dos casos no será porque el Movimiento del 15-M haya sido capitalizado por una corriente determinada, sino porque conecta con el sentir de una parte significativa de la ciudadanía y porque los responsables políticos no han satisfecho sus demandas. Los ciudadanos reclaman un nuevo estilo de hacer política y cambios en el funcionamiento de la democracia. En un estudio español de hace pocos años sobre qué demandaban los ciudadanos de los responsables públicos, destacaba: “que, de verdad, nos escuchen”.
Publicado en El Imparcial el 20 de mayo de 2002
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