He leído que el coronavirus va a dejar más pobres que muertos y ello hace reflexionar sobre las consecuencias económicas de la pandemia. De momento, el Gobierno no ha adoptado medidas concretas, si bien parte de las operaciones en la Bolsa, las especulativas, ha sido suspendidas. Ciertamente la situación en este aspecto puede ser terrible. Aquellas empresas que no pueden actuar por vía telemática, van procediendo a los ERTE y muchas personas van a ser afectadas en sus ingresos y, además, pueden sufrir pérdidas en sus ahorros.
En esta situación, la actividad de la Administración ha de intervenir más en la sociedad y adquirir un presencia mayor o, si se quiere decir así, un liderazgo. Pero no sólo, el problema es que la Administración haya de tomar medidas sociales,
la cuestión es sí, como consecuencia de todo ello, el presupuesto y el gasto público han de cambiar y, si para ello, hay que empezar a reorganizar la Administración pública, en los niveles políticos y administrativos y en el número de organismos públicos. Es decir, actuar como exige un tiempo de crisis. Muchas de las entradas del blog (tanto mías como de Manuel Arenilla), tienen que ver con las actuaciones en tiempo de crisis, por ello me remito a la etiqueta "Crisis" para el interesado. Pero vamos a la actualidad.
Los ciudadanos, los que son afectados económicamente o pierdan su empleo, pueden más que nunca preguntarse porqué quienes sirven o dirigen políticamente a la Administración pública han de ser unos privilegiados y seguir cobrando y permaneciendo en el puesto o empleo. Es natural, como funcionario que fuí no creo que el mero hecho de serlo implique que deben sufrir consecuencias. No. Pero sí que la Administración ha de actuar con racionalidad, economía de gasto, eficacia y eficiencia por tanto. Son principios que la legislación recoge o recogía con claridad y es un deber para los políticos y esencia de la actividad administrativa pública y también de la empresarial. La austeridad en el seno de la organización administrativa es pues básica en estos momentos y clave para que los gastos necesarios de carácter social puedan ser prestados. Si fuera así no sería necesario que se afectara a los empleados y cargos públicos.
Muchas veces, he mencionado a la tecnoestructura necesaria en la Administración pública para analizar la organización, la evaluación en permanencia y eficiencia del desarrollo de las políticas públicas en cuanto a la organización que las presta o ejecuta, sin perjuicio de las correspondientes a su eficacia social. Ésta, porque de no cumplir los fines perseguidos deben dejar de seguirse dichas políticas y la administrativa para ver si faltan medios y recursos o sobran. Pero la administrativa sirve para valorar la eficacia de la política en sí misma, pues si no hay actividad pero persiste la organización es que nos encontramos con una política y un fin obsoletos y hay que eliminar la organización y abandonar dicha política pública.
No hay tecnoestructura, carecemos de análisis de previsión y prevención respecto de las circunstancias que pueden afectar a la organización pública y sus políticas y administración. Ahora, más que nunca queda evidente para mí que la política relativa a los recursos humanos y la creación o supresión de órganos y organismos, así como el análisis de las reales cargas de trabajo en ellos, ha de depender de la Presidencia del Gobierno, sin perjuicio de que algunas acciones correspondan a los departamentos de hacienda pública. No es una cuestión de presupuesto en sí misma, es una cuestión de racionalidad organizativa que implica una economía de gasto y produce la eficiencia necesaria.
Si la actuación administrativa, tuviera esta organización técnica de análisis y evaluación de su organización y actividad, centralizada en el órgano que representa el máximo poder, se vería que no hacen falta planes urgentes, ningún ERTE ni ERE. Y, además, las instituciones públicas contarían con la confianza de los ciudadanos. Lo dejo aquí, creo que es suficiente para entender lo que significa una buena administración para los tiempos de vacas flacas.
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