Entrados en el mes de agosto y en la canícula mediterránea la tendencia es la de disminuir la actividad en el blog, al mismo tiempo que se nos inunda de informaciones y noticias que a mi edad resultan cada día más descorazonadoras y que nos muestran un panorama, en lo nacional y en lo internacional, en lo social, político y administrativo, de lo más negativo. Ambiente pesado como el caluroso de las primeras horas de la tarde y que quita ánimos para abordar las cuestiones técnicas de las últimas entradas del blog y que provoca, en cambio, la necesidad de desahogarse abordando otros aspectos en los ámbitos señalados y en todos los cuales la administración pública está, como la política, presente. Son tantas las cosas negativas que día a día se nos revelan que no sabe uno cómo abordar el comentario y la reflexión, pero la edad hace pensar en que hay, en cierto modo, un apocalipsis generacional o individual que nos afecta y que hemos de sufrir inevitablemente, mientras que para otros no es perceptible. Desde este panorama la corrupción se presenta como general y, además, se tiene la sensación de que se nos toma por tontos o que realmente lo somos.
De los ambientes y sectores que he mencionado elijo el político como el primero a comentar, porque pienso que que de él depende la configuración de todo el resto y, como casi siempre, escribo a medida que la idea acude a mi mente. De la política depende la configuración jurídica de la sociedad, la constitución del Estado correspondiente y el reparto del poder encaminado a hacer realidad esa sociedad configurada jurídicamente y de modo democrático y ello se ha de conseguir a través de esa administración que desde aquí vengo predicando como necesariamente garante del derecho y de las acciones y prestaciones que de él derivan, pero lo que nos llega, en cambio, es la visión de una estructura política dirigida a burlar el derecho y usar las instituciones en beneficio propio y particular, utilizando para ellos los varios y distintos sentimientos de los ciudadanos para conseguir un voto que les permita continuar en el poder o alcanzarlo para sustituir unos corruptos por otros y unos mentirosos por otros. Todo es democracia y nada resulta serlo, sólo una farsa.
Esa es la imagen que desgraciadamente se nos ofrece y, aún más triste, esa parece que es la realidad. Nadie nos habla claro o nos dice la verdad, porque parece que no nos la merecemos y que los ciudadanos somos incapaces de comprender algo. Quizá los políticos sean los que mejor lo sepan porque de ellos depende la educación que se nos ha dado y la sociedad que han conformado.
No hay punto que aborde en el que esta sensación no se produzca. La demagogia es general y común. En unos porque hay que ofrecer los aspectos positivos de su acción y justificar los negativos en factores históricos y ajenos a ellos. En otros, al contrario, porque lo que hay que revelar es lo que es negativo y que, afectando a los distintos grupos sociales o clases de ciudadanos, va a hacer mella en ellos y provocar el rechazo de quien gobierna, propiciando un cambio en su favor, aún cuando sepan que llegados al poder tendrán que seguir con las mismas políticas que ahora critican y otros porque su demagogia llega al punto en que es evidente que lo que piden es imposible y que no se puede hacer realidad y nunca se hará o que nos conducirá a una dictadura clara y de las que se llaman de izquierdas. Ninguno nos dice más que vaguedades y generalidades y sólo el que gobierna no tiene más remedio que mostrar hechos que contradicen sus promesas de otros tiempos o que nos ofrecen componendas oscuras y contrarias al ser que proclamaban. No hace falta dar nombres ni ejemplos, el lector español sabe perfectamente a quienes me refiero. Es evidente que esto es así porque no hay Administración pública, permanente, técnica, profesional y al servicio de los ciudadanos, que informe a todos de lo que es mejor para el interés general.
Al final todo parece conducir al dinero. Dinero, dinero, dinero o pérdida de los sentidos en una vida de placer, ocio y entretenimiento y subvención; el pan y circo de los romanos elevado a la enésima potencia. Decía Ramón Palomar, hace unos días, en su columna del diario Las Provincias de Valencia, hablando del carácter de los alemanes con uno de ellos, que éste le dijo que los españoles estábamos llamados a ser los camareros de Europa y, la realidad, es que esto ya es así. Pero no sólo eso es que además empezamos a ser el lupanar de desahogo de los niñatos europeos que viene a hacer aquí lo que no les es permitido en sus países y que se considera como turismo o como formación universitaria; sexo en la calle y alcohol sin freno. Ahí están los casos de Palmanova y Magalluf o el de Benidorm y tantos y tantos otros que se permiten, pese a las protestas de los vecinos, de aquellos que con sus ahorros consiguieron una segunda residencia de verano que ya no es tal sino un martirio y que cada día valdrá menos.
¿Quién ante este panorama espera que nos lleguen políticos serios y de Estado? ¿quién que los nacionalismos o separatismos desaparezcan con esa tercera vía indefinida que se nos ofrece? ¿quién cree en la igualdad de todos los españoles en el federalismo que se propone? ¿ No hay bastante con el ejemplo actual? ¿qué imagen ofrecemos a los demás países? ¿Cómo creer en algo?
Está claro que estoy afectado y he pasado de la indignación al escepticismo total. Y como la administración pública es el punto básico del blog, pregunto: ¿hay alguien que vea que algún partido político ofrezca una Administración pública como aquí se considera? o ¿ se trata sólo de tener una organización e instituciones patrimonializadas por el poder político?
Ustedes tienen las respuestas. Yo no veo una solución, ni una intención de obtenerla, sobre todo mientras nadie hable claro y sin generalidades vacías de contenido y con programas detallados y concretos que muestren las acciones que comprenden y los efectos que persiguen. Luego que cada cual opine y deposite su voto.
Perfecta "radiografia mental" de muchos españolitos entre los que me incluyo
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