Pensaba titular esta entrada como Playas, algas e impuestos, pues han sido las algas y las playas y las noticias que daba la prensa diaria respecto del tema, las que me habían hecho reflexionar, pero pensándolo bien la realidad es que el tema principal, que en el fondo de la cuestión reside, es el de la administración pública, su necesidad de adaptarse a las circunstancias de cada momento y también, por ello, los cambios a que se ve sometida, que son aquellos a los que nos sometemos lo ciudadanos. Me explico.
Empezando por las algas: en dos ocasiones leo en la prensa como noticia negativa la aparición de algas depositadas a la orilla de algunas playas y como uno ya tiene sus años no puede evitar el recuerdo de su infancia y juventud y cómo la gente se ha acostumbrado a muchos servicios públicos como algo normal y plenamente exigible. En esa infancia y juventud la playa de Las Marinas de Denia, a cada pequeño o gran temporal sufría la acumulación de un gran número de algas, en su mayoría posidonias; hasta el punto de que se formaba toda una especie de costa brava de algas que teníamos que superar para acceder al mar. Pero el caso es que si un particular iba a recogerla podía ser multado y su recogida también necesitaba de un permiso y creo que del pago de una pequeña tasa. Los labradores acudían con carros para recoger el alga a los efectos de arreglar el suelo de las cuadras y facilitar su limpieza y utilizar el abono. De otro lado, en la época, se aludía a los beneficios que las algas y el yodo que contienen aportaban a nuestra salud. Bien, aguantábamos el olor, los inconvenientes y la orilla del mar acababa limpia, sin perjuicio de las algas secas depositadas en la playa. Había sin embargo abundante pesca, erizos, pulpos, cangrejos, etc., todo un mundo para el niño y el adolescente Hoy no hay alga cada día, pero el mar está casi muerto y si vd. ve una dorada en la playa, se escapó de una piscifactoría.
En cierto modo, el Ayuntamiento tenía unos pocos ingresos, hoy todo un servicio público y una contrata se ocupa diariamente de nuestra comodidad a orilla del mar, si bien ya no gozamos de la naturaleza que se disfrutaba cuando las algas eran parte del paisaje. Las algas son un problema político y administrativo y, si asoman tras el temporal, por pequeña que sea la cantidad, la prensa lo delata y las quejas de los bañistas y veraneantes se muestran enseguida y aparece la pregunta de que para qué tanto impuesto. Somos nuevos ricos, pero si pienso en mi infancia mucho más pobres. Nada comparable entre los presupuestos de una época y el gasto público y los de la actualidad.
En consecuencia, la organización administrativa ha crecido de modo enorme, políticos hay más que pulpos y cuestiones como la comentada nos evidencian la relación entre política y administración. Cada necesidad nueva constituye un problema político y hay que dar una solución y una respuesta y ello depende de una organización que es administración pública y que se mantiene con dinero público sea cual sea el sistema de gestión elegido. Esta inmediatez de solución y atención que requieren los problemas ciudadanos, es la que, en su día, da origen al sistema de derecho administrativo y a sus procedimientos más ágiles que los que el poder judicial podía ofrecer y una forma de evitar sus controles y la suspensión de las acciones en tanto se dilucida la cuestión judicial y jurídica. Un sistema ágil pero sometido a la garantía de los intereses públicos, por lo que no alcanza la libertad y rapidez de que puede gozar el empresario o el propietario de una empresa privada.
Inmediatez y adaptabilidad es igual a derecho administrativo y administración pública y es un instrumento de eficacia política. Por eso volviendo a mis neuras particulares es precisa una administración profesional y, si quieren, científica y una buena gestión del dinero y unos presupuestos justos y equilibrados. Cualquier regresión en lo ganado con el tiempo es un problema político y social, pero hemos de saber que todo eso cuesta dinero y que éste ha de cubrir verdaderas necesidades y no subvenciones improductivas, salvo por la cautividad de los votos que la mayor parte de las veces conllevan y que no es un interés público sino de partido o grupo político. Pero, al mismo tiempo, pues, hay que mensurar cada necesidad, cada política, cada gasto y, por eso, para adaptarse a los cambios hay que estar en permanente obtención de datos e investigación. Y así, podemos llegar a comprender que la Administración pública es una ciencia al servicio de la política, ésta en su sentido puro y sano. Cuanto más permanente y más profesional, más eficaz y mejor acción política en consecuencia, alejada de la política de partido y de los intereses bastardos. Observación, análisis, investigación, hechos, antecedentes y previsión, todo esto son elementos necesarios para que la Administración se enfrente a los cambios, sea una ciencia y sea eficaz, por tanto, y supere la dialéctica política de modo que ésta no la esterilice, paralice o anule, y la lleve a decisiones precipitadas, inadecuadas y costosas. Observación, principios y ciencia han de oponerse a la simple dialéctica y son las herramientas de una administración pública que realiza las políticas mejores, necesarias y más eficaces. Y todo eso precisa de una organización que no sea meramente ejecutiva, sino, tal como digo, que utilice los elementos científicos y que desempeñen funcionarios técnicos en el administrar público, no designados a dedo o componentes del partido, sino por mérito y capacidad. Vamos, algo muy distinto a lo que representan los cambios realizados en Valencia en el seno del Consell, de pura y simple politización. La verdad a veces me asombra la capacidad de ignorar lo que es administrar y, por tanto, gobernar.
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