Oir al cabeza del partido socialista que ellos no iban a apoyar a las derechas, refiriéndose al debate y votación de investidura, a efectos de conformar un gobierno, me situó ante una gran simplificación y, al mismo tiempo, ante un anacronismo que, sin perjuicio de su finalidad o intenciones, marcaba una separación que creo hoy alejada de los problemas y cuestiones de gobierno y administración en que estamos inmersos los españoles en este momento.
Este anacronismo resulta aún más evidente en España pues nos reconduce a la división y enfrentamiento que llevó a la guerra civil y las posturas existentes en aquel momento, en las que no interesaba tanto el alcanzar el gobierno como la consecución del poder total sobre las instituciones y los ciudadanos. Un periodo revolucionario y de reacción en el que el gobierno legítimo resultó incapaz y desbordado. Una situación en la que resultaba lógica la distinción entre derechas e izquierdas como elementos irreconciliables y en donde los matices y distinciones en el seno de dichos dos bandos se sacrificaban por el fin común y contrario u opuesto al del otro. Por eso, es criticable la expresión hoy en día, ya que, de otro modo, no tendría sentido todo lo realizado desde 1978, ni la democracia diseñada constitucionalmente. Hoy hay que considerar las tendencias existentes: liberalismo, socialismo, conservadores, progresistas, radicales, comunismo, social democracia, etc. Y como nos referimos al gobierno y con él a la Administración, hay que considerar la existencia de un centro como una zona de confluencia que se configura por las póliticas públicas coincidentes en unos y otros, en las que se está conforme y de acuerdo, que se pueden votar en el Parlamento mayoritariamente o unánimemente, o pactar o ser fruto de gobiernos de coalición. Eso es lo importante, por eso se habla de centro y ello permite la acción política plena y la ejecución y convivencia y el bienestar de los ciudadanos. Significa la apreciación de los intereses generales y no los del partido y su supervivencia, ni la primacía del interés particular.
El representante socialista parece primar que se considere a su partido como la representación máxima de la izquierda, antes que las posiciones que en él confluyen y las políticas públicas necesarias, las haga quien las haga. Un error. Mal si conduce a unas terceras elecciones, mal si lleva al equivalente al frente popular de los novecientos treinta y sobre todo porque perder el centro el socialismo, como ocurre hoy en Valencia, es convertirse en un fantasma o un títere sin sentido, algo innecesario e impersonal. Son las posiciones de centro las que enriquecen al partido popular y también al socialismo y la fuente de los votos fluctuantes de uno a otro. Cuando los intereses generales están en juego, dejar gobernar, abstenerse no es apoyar, es simplemente permitir que la democracia avance y jugar posteriormente como oposición y alternativa, apoyándose en políticas alternativas y su administración y ejecución.
Los ciudadanos no son tontos y salvo los incondicionales, el resto sabe distinguir lo mejor o menos malo de lo absurdo y recalcitrante.
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