¿Son las personas las que configuran las instituciones o éstas las que modelan a las personas que les sirven?
Esta cuestión surgió brevemente en una tertulia radiofónica y me hizo recordar mis reflexiones respecto del valor de le ley o del derecho y de su eficacia; es decir, del poder real de la ley y cómo llegaba a la conclusión de que el poder estaba realmente en aquellos que tenían que aplicar la ley y el derecho; de tal manera que si no se ocupaban de ellos, ni aquélla ni éste, eran nada. Influía, sin duda, en mí el permanente quebranto político del principio de legalidad. Esta conclusión supone que mi postura, pues, era considerar que son las personas las que configuran realmente a las instituciones u organizaciones. Es indudable que encontraremos ejemplos en que las instituciones son las que modelan a las personas que forman parte de ellas. Pero, en definitiva, en todo caso hay unas personas que marcan la conducta institucional y de ellas depende ésta. Sigo exponiendo mis consideraciones al efecto.
Siento que instituciones que considero fundamentales en la vida política y social, se han deteriorado sensiblemente y que en ellas sus fines se han visto trastocados o desvirtuados. De esta consideración empiezo por destacar que institución y su fin son elementos consustanciales; el fin proporciona el sentido y la esencia de la organización correspondiente; de tal manera que si el fin no se cumple o se cumplen otros fines, no se hacen efectivos los intereses que los fines vienen a cubrir o pretender y si, por tanto, ello significa que el fin institucional no existe, la institución no es tal, no se ajusta a su estatuto o norma que la rige y la instituye. Hacer referencia a una institución, desde mi punto de vista y de lo por mí aprendido, es considerar una organización que viene creada y regulada por el derecho, o, desde otra perspectiva, una organización que, además de todo ello, es esencial para la sociedad y ha de tener o tiene carácter de permanencia, pues contribuye a la consolidación y existencia de la sociedad correspondiente. Sirve, pues, en conclusión lógica, a intereses generales. Toda organización básica y esencial de los poderes públicos es una institución.
El fin específico, dentro de los generales, que cada institución persigue, es pues lo esencial a cumplir y hacer eficaz. Dado este presupuesto, cada poder y cada fin conlleva unas funciones a realizar que exigen de conocimiento y pericia en su ejercicio; presupuesto, además, que es básico para la acción que conduce a la eficacia del fin. Y a, partir de esta reflexión, llegamos a la conclusión de que, por tanto, las personas que han de ejercer las funciones y actuar son el elemento fundamental en toda institución u organización. Pero hay que considerar que todo fin conlleva un valor o un principio, en singular o plural, que lo configuran y cuya eficacia y respeto implican la realidad y efectividad del fin. De ahí que las personas destinadas a servir a la institución y a sus fines hayan de poseer los conocimientos, experiencia y pericia exigidos por el fin y la institución, pero también los valores y principios que los componen o configuran.
Para continuar la reflexión, vamos a pensar, por ejemplo, en la Administración pública o en la Administración de Justicia. En la primera, existe una dirección política, a la que no se le exige una formación adecuada, puede que en algunos casos sí, pero la realidad demuestra que se queda en mera cuestión formal, pues lo que rige es la confianza del jefe, grupo o partido. De otro lado, la idea que pesa sobre la organización administrativa es que todo el ápice de la organización que tiene una jefatura implica una cierta dirección y exige del sistema de confianza. El mérito y la capacidad no sigue los procedimientos formales y de éstos sólo se consolida el de la libre designación. Ni los valores, ni principios, ni conocimientos, ni pericia, exigidos jurídicamente u organizativamente para administrar lo público, quedan garantizados (Basta con que lean esta entrada del blog delaJusticia). En definitiva, no se garantiza el cumplimiento de sus fines y cabe pensar que la institución ya no es tal, sino un instrumento al servicio de intereses bastardos. Si esta situación se traslada a la Administración de Justicia y a su cúpula y órganos superiores, el sistema, el Estado de Derecho, se corrompe plenamente, salvo casos aislados o sea salvo personas concretas. Cuando hemos de afirmar que no todo está corrompido que existen personas honestas, éticas y profesionales, es un síntoma de que el sistema o las instituciones correspondientes están corrompidas, de lo contrario salvaríamos a la institución y condenaríamos a personas concretas.
Si el sistema de mérito y capacidad no se cumple, podemos considerar que ocurre todo esto de forma conjunta, aunque lo exponga por niveles. Si el nivel inferior, el de acciones más o menos mecánicas, no trabaja, no cumple o no sabe actuar, no hay acción o se acumulan acciones pendientes, o hay que ejercer autoridad o se necesita más gente. La simple elección entre una cosa u otra exige que por encima haya alguien capaz de juzgar si hay mal trabajo o un simple exceso de tareas. Empieza a ser necesario un puesto superior con cierta experiencia y de pequeña jefatura y dirección y con asimilación o posesión de los valores que el fin y la institución representan. La capacidad aparece y, si hay que elegir entre uno u otro encargado de la pequeña jefatura, el mérito sigue. Si estos niveles inferiores fallan, el problema no se soluciona y resulta elevado al nivel superior, si no hay capacidad ni mérito en dicho nivel, el problema se mantiene y sigue elevándose, mientras los posibles beneficiarios de las acciones pendientes o mal hechas reclaman y la reclamación aumenta el problema y genera más papel y más pendencia y la ineficacia. Toda la organización se resiente. Sirve esto tanto para la Administración pública como para la de Justicia. Malas resoluciones e inactividad y más acumulación de asuntos pendientes. La solución más fácil: el incremento de la organización. El aumento de órganos. Dada la ausencia del cumplimiento de la ley y del mérito y la capacidad, se produce un aumento de incapaces e ineficaces, con honrosas excepciones que pueden acabar descorazonados o adsorbidos por la enfermedad.
Otras soluciones se apuntan. Los superiores, la cúpula o ápice de cada organización, en conducta burocrática típica, sea cual sean sus valores y capacidad, ante la avalancha de asuntos, no pudiendo ya incrementar su organización, ponen barreras, límites al acceso y a la llegada de asuntos y surgen: tasas, plazos, caducidades, cosas decididas, antecedentes, interés constitucional, interés casacional, etc. Seguro que encontraríamos más puntos dirigidos a limitar los asuntos que lleguen al ápice de toda organización, pero lo básico es que los derechos del simple ciudadano y su acceso a la justicia se ven claramente limitados y perjudicados. No se piensa en la formación, en la adecuada selección de personal y en la posesión de los principios y valores esenciales para la organización y fines a cumplir, sólo en salir del paso. Esta corrupción de principios y valores y del mérito y la capacidad hace que, con el tiempo, en la cúpula no haya una dirección completa, que incluya la conservación y la transmisión de dichos valores y principios. Al contrario la incapacidad para servir y, sobre todo, planificar y dirigir, han llegado a ese nivel superior, y por eso la organización, la institución, ya no configura a las personas; ya no es institución, se ha perdido, no ha permanecido. Por eso, en definitiva, la educación es el valor principal en un Estado que se precie y no un elemento de confrontación y utilización electoral. Se pierden las raíces, la historia, la experiencia y quedamos en manos de cualquiera y sometidos a cualquier disparate. ¿Peco de exagerado? Creo que no, si bien es cierto que aún se puede ir a peor. Y se empieza por no ser consciente de dónde estamos.
Y ya que estamos en el centenario de Blas de Otero, utilizo un verso y así podíamos decir que mientras tanto: Arriba, es el jolgorio de las piernas trenzadas. Y siguiendo con este poema, Muy lejos de En castellano, y aludiendo a mi ciudad, ya no cabe hablar tanto de Ciudad llena de iglesias y casas públicas ...., sino de bares y terrazas donde el hombre olvida su condición de ciudadano comprometido con su sociedad y país. Así lo veo, así lo digo.
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