Algunas situaciones que nos afectan como ciudadanos y que se corresponden con las denominadas como políticas prescriptivas; es decir, con políticas de corte clásico, de aplicación de leyes y reglamentos y de control y policía, me hacen reflexionar sobre la cuestión del papel de la Administración como la parte a la que corresponde la dotación de los medios o recursos precisos para la eficacia de las políticas públicas. Y tengo la impresión de que esta actividad que desde la Ciencia de la Administración se considera como propiamente administrativa y de los profesionales no deja de estar interferida por los políticos y, sobre todo, porque el recurso principal, el presupuesto, no deja de ser un instrumento político; de tal manera que la mayor o menor repercusión política, mediática o popular de una política, puede hacer que unas políticas públicas predominen sobre otras y que algunas queden rezagadas en la preferencia de los políticos y en su mantenimiento, hasta llegar a deteriorarse.
Y también creo que en este sentido las políticas tradicionales, las del orden público, son las que mayor deterioro sufren y más quedan desfasadas en cuanto a los recursos que se les destinan, siendo preferidas las actividades, servicios y organizaciones que mayor rédito ofrecen y que resultan más espectaculares y proporcionan mayores resultados a los grupos económicos de la sociedad correspondiente.
De este modo las Administraciones públicas se ven obligadas en muchas ocasiones a establecer leyes y regulaciones en evitación de situaciones sociales que son rechazadas por los ciudadanos. Pero regular es quizá los más fácil y desde el punto de vista político lo que más rápidamente puede realizarse, de tal manera que parece que con la regulación ya se ha cumplido y solucionado el problema, cuando la realidad es que, administrativamente, es cuando empieza el mismo y éste se agrava cuando, junto a la regulación, no se han previsto las consecuencias de la misma y los recursos necesarios para su eficacia.
Un ejemplo que se me ocurre, para mejor comprensión de lo que estoy exponiendo, es el de las regulaciones en materia de ruido. Atendiendo al ejemplo del Ayuntamiento de Valencia, se ha dictado una Ordenanza que trata de abordar todos los problemas, llegando incluso a prohibir las tracas a la finalización de las bodas y otros acontecimientos sociales o exigiendo previo permiso y estableciendo sanciones para los incumplidores. Pero el mismo Ayuntamiento, en algunos barrios, con la excusa de evitar dobles filas de coches aparcados, amplia las aceras, con el único y verdadero propósito de que los bares, restaurantes y similares cuya proliferación, unos al lado de otros permite, puedan colocar mesas al aire libre. Ellos ganan más y el Ayuntamiento cobra sus tasas. Pues, bien, nada comparado el ruido esporádico de una traca de una boda con el permanente ruido, rumores, risas, gritos, etc. de los clientes de los establecimientos, en horas de descanso del vecino que ha de trabajar al día siguiente.
Si llamas a la policía local te has de armar de paciencia, hasta conseguir un momento en se deje de decirte que todas la líneas están ocupadas y que de inmediato serás atendido. Cuando llega dicho momento el funcionario de turno ya tiene bien aprendida la lección y con suma amabilidad te indica que da parte a la patrulla correspondiente, la cual no suele llegar cuando corresponde o tiene suficientes problemas como para atenderlos todos. Una carta al director del diario valenciano “Las Provincias”, el día 7 de este mes, después de denunciar una situación de ruido nocturno, bailes y jaranas, dice: Poco a poco vemos cómo cada vez van tomando la calle y haciendo lo que quieren, incluso a las 5 de la mañana: anoche fue el dar golpes contra el suelo, las paredes de los edificios y los contenedores con trozos de persianas.
Yo llamé a la Policía municipal, por cierto Rita Barberá, ¿usted vino?, pues su Policía Local tampoco, nos salvó la lluvia…
No me cabe duda que la escasez de recursos impidió la actuación policial, porque pensar otra cosa sería todavía más preocupante.
Estas situaciones también dan y quitan votos, pero afectan al individuo y éste no tiene el mismo peso como tal si no se organiza. Pero es evidente que la acción política hace que las políticas prescriptivas se vean permanente afectadas por ella y que se incurre en contradicciones permanentes y en acciones que las hacen ineficaces o las rebajan en su importancia, porque la “buena imagen” es esencial y reprimir no es moderno y está mal visto. En este sentido de las contradicciones y de la hipocresía que se oculta en algunas actuaciones políticas sirve el artículo de F.P. Puche, en el mencionado diario y el mismo día
No hay comentarios:
Publicar un comentario