Parece que estoy abocado ante la actualidad a escribir más de las cuestiones políticas que de las jurídicas, administrativas y técnicas, pero es que cuando predomina " la política", en el sentido que algunos partidos solicitan, el derecho y la administración pierden presencia. En realidad todo se resiente. Cuando se tienen mis años es lógico que el ambiente y sociedad vividos, la experiencia, la formación y educación recibidas y la información asimilada o coincidente con nuestras ideas y pensamiento forman y fortalecen el carácter y la personalidad. Y entonces se es objetivo y subjetivo de modo inseparable en lo que se transmite y se opina. Lo que importa es ser honesto al opinar.
Lo que está ocurriendo en España ya ha pasado, con las diferencias que se quieran, y por eso hay que conocer la historia y leer o informarse. Y a veces la información de los cronistas de una época, constituye ese tipo de opinión mezcla de lo subjetivo y lo objetivo, pues recogen los hechos y la opinión o reacción ante ellos es importante. Veamos pues unos párrafos de algunas crónicas de Josep Pla en 1931 durante el periodo constituyente que se recogen en el libro La Segunda República española. Una crónica 1931-1936. Editada por destino. Párrafos que son de crónicas en La Veu de Catalunya y que me parecen significativos o interesantes.
La primera selección que proporciono es del 11 de noviembre de 1931 tiene que ver con las preocupaciones de las clases mercantiles y la creación de la Unión Nacional Económica para influir en las leyes que puedan afectar a los intereses económicos del país, habiendo citado antes la escasa presencia en Madrid de diputados catalanes y considerando a esa creación como un esfuerzo defensivo tardío y dice esto:
Después de habernos dicho, durante siglos, que la gran virtud del catalán era el pragmatismo, su sentido de la utilidad y de la economía, la importancia que espontáneamente daba a los asuntos de la realidad y de la vida, hemos podido contemplar cómo un régimen de cuatro teóricos medio arruinaba el país y cómo los ciudadanos contemplaban el hecho con una insensibilidad sin precedentes. Después de lo que hemos presenciado, nos costará mucho creer que el catalán es un hombre que tiene la virtud de amar el dinero; somos un pueblo que se embriaga de teorías vulgares y de misticismos sudados, y la prueba es que nos hemos dejado deslumbrar por los poetas, los sociólogos y los políticos más vacíos e incapaces del mundo. Ahora, claro, todo el mundo tiene prisa, todo el mundo se avergüenza de haber contribuido al mayor desencanto que se ha producido en la historia moderna de este país. La gente observa la marcha de los asuntos, cómo se lleva la administración de nuestros organismos más esenciales, en qué estado de devastación se encuentran, social y políticamente. En el fondo del fondo nos parece que hemos vivido un sueño extraño, desagradable y cruel. Ahora todo el mundo querría arreglar lo que sólo tiene arreglo en parte, y eso haciendo un gran esfuerzo de cohesión y de inteligencia. Ahora la gente se va desprendiendo de su individualismo, de su puerilidad política, de la absurda manía de las ocurrencias geniales y terribles. En estos momentos, la gente necesita unirse para plantar cara a una situación política, más que revolucionaria, incoherente; más que renovadora, ignorante; más que progresiva, desordenada. Está claro que es inexplicable que el organismo de la economía española piense en defenderse sólo cuando está a punto de ahogarse, que adopte la política del codazo sólo cuando no hay casi nada que hacer. Por ello, habría que aprovechar el momento para la creación y el mantenimiento de organismos generales permanentes, fuertes, ligados constantemente a la política, haciendo política, interviniéndola, dirigiéndola en todos los sentidos. Periodos como el que estamos pasando no deberían ser posibles nunca más; tendríamos que tratar de aplicar finalmente el buen sentido sobre las teorías políticas de los diletantes y los misticismos de los despistados. Si España no resuelve previamente sus problemas materiales, económicos, todo lo que se hable de progreso espiritual es una hipocresía y un engaño. De la hipocresía —que caracteriza a la actual situación— no puede salir sino una acentuación del desencanto, que es lo que ya estamos observando en este momento.
La primera selección que proporciono es del 11 de noviembre de 1931 tiene que ver con las preocupaciones de las clases mercantiles y la creación de la Unión Nacional Económica para influir en las leyes que puedan afectar a los intereses económicos del país, habiendo citado antes la escasa presencia en Madrid de diputados catalanes y considerando a esa creación como un esfuerzo defensivo tardío y dice esto:
Después de habernos dicho, durante siglos, que la gran virtud del catalán era el pragmatismo, su sentido de la utilidad y de la economía, la importancia que espontáneamente daba a los asuntos de la realidad y de la vida, hemos podido contemplar cómo un régimen de cuatro teóricos medio arruinaba el país y cómo los ciudadanos contemplaban el hecho con una insensibilidad sin precedentes. Después de lo que hemos presenciado, nos costará mucho creer que el catalán es un hombre que tiene la virtud de amar el dinero; somos un pueblo que se embriaga de teorías vulgares y de misticismos sudados, y la prueba es que nos hemos dejado deslumbrar por los poetas, los sociólogos y los políticos más vacíos e incapaces del mundo. Ahora, claro, todo el mundo tiene prisa, todo el mundo se avergüenza de haber contribuido al mayor desencanto que se ha producido en la historia moderna de este país. La gente observa la marcha de los asuntos, cómo se lleva la administración de nuestros organismos más esenciales, en qué estado de devastación se encuentran, social y políticamente. En el fondo del fondo nos parece que hemos vivido un sueño extraño, desagradable y cruel. Ahora todo el mundo querría arreglar lo que sólo tiene arreglo en parte, y eso haciendo un gran esfuerzo de cohesión y de inteligencia. Ahora la gente se va desprendiendo de su individualismo, de su puerilidad política, de la absurda manía de las ocurrencias geniales y terribles. En estos momentos, la gente necesita unirse para plantar cara a una situación política, más que revolucionaria, incoherente; más que renovadora, ignorante; más que progresiva, desordenada. Está claro que es inexplicable que el organismo de la economía española piense en defenderse sólo cuando está a punto de ahogarse, que adopte la política del codazo sólo cuando no hay casi nada que hacer. Por ello, habría que aprovechar el momento para la creación y el mantenimiento de organismos generales permanentes, fuertes, ligados constantemente a la política, haciendo política, interviniéndola, dirigiéndola en todos los sentidos. Periodos como el que estamos pasando no deberían ser posibles nunca más; tendríamos que tratar de aplicar finalmente el buen sentido sobre las teorías políticas de los diletantes y los misticismos de los despistados. Si España no resuelve previamente sus problemas materiales, económicos, todo lo que se hable de progreso espiritual es una hipocresía y un engaño. De la hipocresía —que caracteriza a la actual situación— no puede salir sino una acentuación del desencanto, que es lo que ya estamos observando en este momento.
Pero de otro lado, trascribo otro párrafo de una crónica del 18 del mismo mes y año de la anterior, que conecta con las políticas públicas y su eficacia o viabilidad de lo que tanto hablo aquí en este blog y en las promesas electorales sin contar con la Administración. Dice:
Está claro que hay un hecho que demuestra la enorme puerilidad del ministro de Instrucción Pública, y es el de pensar que su compañero del Ministerio de Finanzas hace todo lo posible para que en España se puedan levantar escuelas y luchar contra el analfabetismo. El señor ministro de Finanzas, con su política fantasiosa, está creando una situación dominada por el hecho de la imposibilidad de llevar a cabo cualquier reforma pensable y posible. Y con todo pasa lo mismo; cosa natural, porque la tarea de gobernar es esencialmente una función de coherencia y de integración. Es imposible pensar que se pueda resolver nada si la misión inconsciente de algunos ministros es deshacer sistemáticamente todas las condiciones que permiten resolver las cosas. No se puede engañar a la gente prometiendo grandes reformas si algunos ministros están destruyendo sistemáticamente las fuentes de riqueza que las podrían permitir. Está claro que el mundo oficial vive aún bajo la impresión de las famosas y absurdas palabras del señor Azaña pronunciadas en el Hotel Nacional: «Hoy en España hay tanta libertad —dijo el actual presidente del Consejo— que incluso tiene la libertad de arruinarse». La frase, que es difícil de imaginar en el desarrollo mental y espiritual de un político medio europeo, es lo que da el tono del momento. Pero, ¿qué haremos con la libertad cuando nos sintamos más pobres que una rata? ¿Qué haremos con la libertad si no tenemos dinero ni potencial económico para organizarla y defenderla? ¿Qué haremos con la libertad si no nos sirve para nada más que para hacernos sentir con mayor agudeza la vergüenza de la servidumbre nacional y personal? Pero así estamos; tales son las paradojas, tales son los hombres que nos gobiernan. No se había llegado nunca a una puerilidad política tan grande ni se habían alcanzado nunca estos extremos. La decadencia pública es cada vez más evidente.
¿Qué crónica nos ofrecería hoy el Sr. Pla?
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