domingo, 7 de octubre de 2018

HEGEL: LA UNIVERSALIDAD Y LA LIBERTAD

En la obra de Hegel, que tengo descargada, Principios de la Filosofía del Derecho o Derecho Natural y Ciencia Política, en su Introducción encuentro algunos puntos o párrafos en los que más allá de su complejidad y alcance, al que no llego completamente, encuentro, desde mi punto de vista, elementos de relación con la situación política española, nacionalismos y marxismo-leninismo. En ellos trata de ideas como la voluntad, el pensamiento, la universalidad, el particularismo, la indefinición o indeterminación. En esos puntos encuentro conexiones con cuestiones tratadas en el blog, como los principios y las reglas y me conducen a otras reflexiones que enlazan con la actual política española y comportamiento de los partidos, con programas y gobierno, etc.

Reflejo estos puntos o párrafos, pues entiendo mejor ello que ofrecer sólo mi versión del texto.


La voluntad contiene a) el elemento de la pura indeterminación o de la pura reflexión del yo en sí mismo, en el cual es disuelta toda limitación, todo contenido determinado y dado, inmediatamente presente, tenga como origen la naturaleza, las necesidades, los instintos o cualquier otra instancia. En otras palabras, contiene la infinitud ilimitada de la absoluta abstracción o universalidad, el pensamiento puro de sí mismo.
Obs. Aquellos que consideran al pensamiento como una facultad singular y particular separada de la voluntad -a su vez también una facultad singular- y además sostienen que el pensar es desventajoso para la voluntad, especialmente para la buena voluntad, muestran con ello desde un principio que desconocen totalmente la naturaleza de la voluntad (advertencia que deberá ser hecha aún con bastante frecuencia sobre este tema)
Cuando la voluntad se determina con este aspecto de ella que se acaba de determinar -esta posibilidad absoluta de abstraerme de toda determinación en la que me encuentre o que yo haya puesto en mí, la huída ante todo contenido como ante una limitación- o cuando la representación lo toma por sí como libertad, se está entonces ante la libertad negativa o libertad del entendimiento.
Es la libertad del vacío. Elevada a una figura real y transformada en pasión, se manifiesta, mientras aún se mantiene en su forma meramente teórica, en el fanatismo religioso de la pura contemplación hindú; vuelta hacia la realidad, se manifiesta en el fanatismo que, tanto en lo religioso como en lo político, se traduce en la destrucción de todo orden social existente y en la expulsión de todo individuo sospechoso de pretender un orden, así como en la aniquilación de todo orden que quiera resurgir. Sólo destruyendo algo tiene esta voluntad negativa el sentimiento de su existencia. Cree querer una situación positiva, por ejemplo, la igualdad universal o una vida religiosa universal, pero de hecho no quiere su realidad positiva, pues ésta acarrea inmediatamente un orden, una particularización, tanto de las instituciones como de los individuos, particularización y determinación objetiva cuya aniquilación necesita esta libertad negativa para llegar a su autoconciencia. De este modo, lo que ella cree querer sólo puede ser por sí una representación abstracta y su realización, la furia de la destrucción.

Vistos estos párrafos se comprende claramente lo que ocurre a los españoles, pues el nacionalismo, la igualdad y muchas otras abstracciones se han convertido en pasiones y fanatismos que conducen a la destrucción del orden establecido por la legalidad y la Constitución; su ignorancia, su incumplimiento son medios para impedir su eficacia y producir la aniquilación y destrucción  del orden existente. Es un modo de acabar con lo que se considera como una limitación o impedimento.

Pero cuando vemos las actuaciones de un gobierno central respecto de la legalidad existente, la cuestión se complica pues no es el fanatismo lo que se nos muestra, aunque exista en alguno de los partidos políticos que sí mantienen esa libertad del vacío y la querencia de la correspondiente representación abstracta que implica y que produce el consecuente fanatismo. Lo que se nos muestra son posiciones e intereses bastardos y la corrupción en consecuencia. Los programas políticos están configurados por abstracciones y generalidades cuya concreción y eficacia, sólo puede realizarse por un gobierno apoyado en una administración pública compuesta de profesionales formados en las ciencias y técnicas correspondientes a la acción administrativa pública y no en una que se componga de partidarios, de dependientes e incapaces.

Los cargos públicos no pueden ser patrimonio del partido o partidos en el gobierno. No pueden ser retribución  a los fieles o compensación de favores y componendas. Si es así la política -otra idea abstracta- no es nada es otro instrumento de destrucción de la legalidad y el derecho porque no se hacen eficaces, pues no se concretan en políticas especificas que precisan de actos y no de la retórica o la mentira. Por eso no hay de verdad administración pública, sin ella la legalidad no se cumple o realiza, no es eficaz. Por eso, también, el otro poder, factor de concreción y determinación de la ley y el derecho, e impedimento en consecuencia para el fanático o corrupto, la Justicia, es igualmente objeto de corrupción política. 

Por esa confluencia de fanatismo y consideración de la legalidad cómo impedimento es por lo que en otras entradas he hecho referencia a un proceso revolucionario.

A estas consideraciones o reflexiones me llevan los párrafos transcritos de la Introducción de la citada obra de Hegel y a otras más me llevarían.

Y hoy esta entrada hace la número 1000 del blog.

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