Alejandro Nieto en 1976 publicó el primer tomo de una obra dedicada a la Burocracia, que se ocupó del pensamiento burocrático, y al que debían seguir otros tres tomos que no vieron la luz. Una obra excelente y una fuente extraordinaria, tanto respecto de la teoría sobre la burocracia como sobre las ideas mantenidas a su respecto, siendo de gran interés las que mantienen los especialistas del siglo XIX. Voy a transcribir el concepto de la burocracia que exponía José M. de Antequera (abogado y oficial del Ministerio de Gracia y Justicia), en un estudio que apareció en 1851 y que Nieto nos expone en las páginas 230 a 233 del citado libro, señalando que para abarcarlo hay que hacerlo desde tres puntos de vista diferentes: como medio de la Hacienda, como sistema administrativo y como abuso.
Vemos lo que se dice desde el primer punto de vista:
“Como medio de la Hacienda la Burocracia es desconocida en los gobiernos absolutos y en los Estados Federales, ya que en ellos la recaudación de los impuestos depende o bien de la libre voluntad del príncipe (como en el primer caso) o bien de funcionarios locales (como en el segundo). Por ello la Burocracia sólo aparece en los regímenes constitucionales, en los que para atender a los gastos e ingresos se han montado una serie de procedimientos formales y garantías legales que hacen imprescindible a la Burocracia, puesto que sin funcionarios no es posible una percepción legal de los impuestos. La Burocracia precisa a tales efectos de autoridad y de número: número para llevar sus cuentas a todas partes y presentar en todo tiempo el estado de ellas a las discusiones y controversias públicas.
Considerando a la Burocracia desde este punto de vista, parece obligado subrayar el lamentable error de los hombres de Estado que se levantan a cada paso contra su invasión, y en los arrebatos de sus fogosas declamaciones hacen resonar la tribuna y clamar a la prensa como anatema contra lo que ellos llaman batallones de empleados y ejércitos de oficinistas: Por todas partes no se ve otra cosa que Burocracia, es un adversario a quien se han propuesto destruir utilizando al efecto el cuchillo y el mortero de la destitución. Pero la elocuencia parlamentaria no se apercibe de que los problemas oficinescos son simples molinos de viento y que detrás de ellos está operando algo mucho más importante. Si la elocuencia parlamentaria quiere reducir la Burocracia debe empezar reduciendo los millones de impuestos, porque de otro modo la recaudación de tan enormes sumas exige imperiosamente de la Burocracia. No hay que confundir, pues, el efecto por la causa: para reducir la Burocracia hay que reducir los impuestos; pero no se puede mantener éstos y atacar aquélla”
Bueno, vemos una relación con cuestiones muy actuales: los impuestos y el número de funcionarios. Pero el texto sigue con otra cuestión también de actualidad que se relaciona con la externalización y también con los contratos públicos. Sigue así:
“Por cierto que ahora se utiliza un medio falacioso para reducir aparentemente la Burocracia y que consiste en sustituir la acción directa de la Administración por contratas con particulares. Las contratas parece que reducen el número de empleados, puesto que quienes actúan son los agentes privados del contratista; pero esto es un fraude, que sirve, si se quiere, para ocultar el mal, aunque le aumente en vez de darle remedio. El contratista sustituye a la acción directa del gobierno, y fuera de los límites de precio y condiciones que ha suscrito, a nada está obligado. Lo que significa a la postre, que no se reduce el número de empleados (puesto que alguien ha de hacer las cosas y los empleados privados, en el fondo están pagados por el erario público, en cuanto su remuneración está incluida en el precio de la contrata) y, en cambio, pierden los poderes públicos su jerarquía sobre ellos. Es decir, que el contratista se hace pagar sus empleados y la Administración pierde su mando sobre los mismos. Preciso es, pues, deplorar este sistema hoy tan alabado, porque no es sino un resorte de los gobiernos despóticos que de nada tienen que dar cuentas, y porque así se entrega la fortuna pública en manos de ávidos especuladores y, en fin, porque desacostumbra a la Administración a aquella vigilancia que debe justificar su existencia y su acción.”
Cuántas reflexiones me provocan estos textos y cuántas cuestiones permanecen abiertas en el tiempo.
Las siguientes acepciones las reflejaremos otro día.
Vemos lo que se dice desde el primer punto de vista:
“Como medio de la Hacienda la Burocracia es desconocida en los gobiernos absolutos y en los Estados Federales, ya que en ellos la recaudación de los impuestos depende o bien de la libre voluntad del príncipe (como en el primer caso) o bien de funcionarios locales (como en el segundo). Por ello la Burocracia sólo aparece en los regímenes constitucionales, en los que para atender a los gastos e ingresos se han montado una serie de procedimientos formales y garantías legales que hacen imprescindible a la Burocracia, puesto que sin funcionarios no es posible una percepción legal de los impuestos. La Burocracia precisa a tales efectos de autoridad y de número: número para llevar sus cuentas a todas partes y presentar en todo tiempo el estado de ellas a las discusiones y controversias públicas.
Considerando a la Burocracia desde este punto de vista, parece obligado subrayar el lamentable error de los hombres de Estado que se levantan a cada paso contra su invasión, y en los arrebatos de sus fogosas declamaciones hacen resonar la tribuna y clamar a la prensa como anatema contra lo que ellos llaman batallones de empleados y ejércitos de oficinistas: Por todas partes no se ve otra cosa que Burocracia, es un adversario a quien se han propuesto destruir utilizando al efecto el cuchillo y el mortero de la destitución. Pero la elocuencia parlamentaria no se apercibe de que los problemas oficinescos son simples molinos de viento y que detrás de ellos está operando algo mucho más importante. Si la elocuencia parlamentaria quiere reducir la Burocracia debe empezar reduciendo los millones de impuestos, porque de otro modo la recaudación de tan enormes sumas exige imperiosamente de la Burocracia. No hay que confundir, pues, el efecto por la causa: para reducir la Burocracia hay que reducir los impuestos; pero no se puede mantener éstos y atacar aquélla”
Bueno, vemos una relación con cuestiones muy actuales: los impuestos y el número de funcionarios. Pero el texto sigue con otra cuestión también de actualidad que se relaciona con la externalización y también con los contratos públicos. Sigue así:
“Por cierto que ahora se utiliza un medio falacioso para reducir aparentemente la Burocracia y que consiste en sustituir la acción directa de la Administración por contratas con particulares. Las contratas parece que reducen el número de empleados, puesto que quienes actúan son los agentes privados del contratista; pero esto es un fraude, que sirve, si se quiere, para ocultar el mal, aunque le aumente en vez de darle remedio. El contratista sustituye a la acción directa del gobierno, y fuera de los límites de precio y condiciones que ha suscrito, a nada está obligado. Lo que significa a la postre, que no se reduce el número de empleados (puesto que alguien ha de hacer las cosas y los empleados privados, en el fondo están pagados por el erario público, en cuanto su remuneración está incluida en el precio de la contrata) y, en cambio, pierden los poderes públicos su jerarquía sobre ellos. Es decir, que el contratista se hace pagar sus empleados y la Administración pierde su mando sobre los mismos. Preciso es, pues, deplorar este sistema hoy tan alabado, porque no es sino un resorte de los gobiernos despóticos que de nada tienen que dar cuentas, y porque así se entrega la fortuna pública en manos de ávidos especuladores y, en fin, porque desacostumbra a la Administración a aquella vigilancia que debe justificar su existencia y su acción.”
Cuántas reflexiones me provocan estos textos y cuántas cuestiones permanecen abiertas en el tiempo.
Las siguientes acepciones las reflejaremos otro día.
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