Hace poco el director general de Tráfico hacía referencia a nuestras ciudades como escuelas de infractores y recomendaba a las policías locales una mayor vigilancia y, en su caso, la aplicación de sanciones. La certeza del aserto puede comprobarse diariamente en nuestra ciudad, donde los motoristas campan a sus anchas, sin respetar semáforos o direcciones prohibidas, incluso circulando por las aceras. En mi barrio, el de San José, la plaza y las calles se recorren cometiéndose todas las infracciones imaginables, cada día, ante la impunidad manifiesta, con mayor frecuencia. Nadie puede cruzar una calle dejándose llevar por la costumbre que una dirección única ha creado, so riesgo de ser atropellado.
Pero siendo todo esto importante, lo es todavía más porque no es sino un síntoma. Un síntoma de la carencia de administración y dirección administrativa. De las distintas acepciones que del término administrar existen, basadas en sus raíces etimológicas, parece haberse impuesto aquella que considera la administración como la gestión de las cosas pequeñas. Y todas las enumeradas deben ser tan pequeñas que se olvida o ni siquiera importan.
No se trata de ser agorero, pero pequeñas cosas pueden acabar siendo problemas importantes. Se dice que el cáncer hay que atajarlo cuanto antes y la degeneración a que conduce la inaplicación de las leyes puede ser inatacable. El problema de los gorrillas es un ejemplo y los accidentes previsibles o anunciados también.
Cuando la administración es la pública, su fin es la efectividad de las políticas públicas, de los intereses generales y del derecho declarado en las leyes; en consecuencia, cuando no se administra no se cumple políticamente, no se gobierna y no resulta efectivo el Estado de derecho.
Tengo la sensación de que las grandes obras y su efecto político inmediato han sustituido el quehacer diario carente de brillo; que la estética ha sustituido a la eficacia y el efecto a la razón. Me parece que el individualismo exacerbado y el egoísmo priman sobre la labor social y la economía sobre el derecho y la igualdad. Los políticos de partido han acabado con los hombres de gobierno y los votos con los programas y no sólo con aquellos que formaron parte de campañas electorales, sino con los que han tenido reflejo en políticas y leyes concretas.
La improvisación, la solución a cortísimo plazo y la supervivencia han sustituido a la previsión, la planificación, la dirección , la coordinación, la ejecución y el control, esencias plenas de la buena administración. Pero no es sólo esto, sino que a fuerza de menospreciar a lo administrativo y ampliar los espacios políticos tampoco existe un cuerpo de administradores públicos capaces de contribuir al buen hacer político, sino que parece natural y hasta necesario que sean meros gestores del papeleo e incontestables cumplidores de lo mandado.
He leído que personajes como Jesús Gil son perturbadores para la democracia, pero desde mi punto de vista lo perturbador es crear el caldo de cultivo para que dichos personajes y sus opiniones puedan prosperar; lo perturbador es que resulte pequeño o poco importante lo que es sustancia y fundamento de la democracia: la educación y las acciones encaminadas a hacer efectivo el hecho de que el origen del límite de mi libertad es el derecho o la libertad de los demás.
Salvando las circunstancias del momento, lo antedicho es predicable en la actualidad y creo que aún con más gravedad. Por ejemplo las continuas referencias al franquismo para descalificar al opositor creo que siguen siendo un cultivo para posiciones contrarias al sentido democrático y son una manifestación clara de ataque a la democracia y las instituciones políticas y administrativas. Puede que sea esto lo que se persiga : las reacciones extremas que permitan la conservación del poder, pero ello para mí es caminar por un alambre con el riesgo de caída.
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