El incumplimiento de las promesas electorales es una cuestión de permanente análisis y conversación y las agresiones verbales e, incluso, físicas a los políticos en sus visitas a la Universidades también. Reciente está lo ocurrido al Presidente de la Comunidad Valenciana en la Universidad Jaime I de Castellón, donde, además, la mayor parte de los agresivos no eran estudiantes. Pero la cuestión es antigua, pues en 14 de abril de 1993 escribía yo en el Diario las Provincias, en la sección Firmas, el artículo de opinión que a continuación suscribo y que, como en ocasiones anteriores, sigue estando de actualidad, si bien también se demuestra que lo dicho no sirve para nada.
Dos actitudes diferentes han mantenido días pasados los estudiantes universitarios de Madrid y Huelva, abucheando y aplaudiendo, respectivamente a los cabezas de los dos partidos políticos mayoritarios españoles. Dos actitudes que, quizá, puedan ser consideradas como de frustración y de esperanza, en uno u otro caso.
Me interesa destacar de dichas actitudes la negativa, la que se produjo frente al presidente del Gobierno, y no por lo que suponga de extremada y rayana en la mala educación, sino porque en sus manifestaciones estuvo presente el grito o la acusación de mentiras para sus palabras o explicaciones en torno a la acción de gobierno. Y me interesa destacar porque son las promesas incumplidas, el cinismo y la mentira, cuando se producen, las que tengo comprobado que más desligan a los jóvenes respecto de sus mayores.
En esta página he venido reiterando que interesa la política de los hechos y no la de las apariencias ni de las promesas o programas sin cálculo ni planificación. Sorprende, en este aspecto, la actitud de algunos políticos del partido socialista que alegan la inexperiencia del señor Aznar y que, por tanto, presumen de experiencia en el arte de gobernar. Y sorprende porque es dudoso que exista tal arte cuando los elementos para desarrollarlo han sido sistemáticamente desestimados o no implantados donde tenían que serlo.
Tanto para gobernar como para saber qué promesas hay que hacer o cuáles son viables, hay que tener no sólo experiencia, sino contar con una Administración Pública profesional, independiente y objetiva. Esperemos que, de verdad, unos adquieran experiencia con el tiempo que llevan de gobierno y los otros tomen nota de que las promesas incumplidas constituyen los fracasos del futuro y, por tanto, las mentiras que se nos echarán a la cara.
Bastante de esto permanece, parece que no se tomó nota, si bien puede hoy servir de paño caliente el que las promesas se hicieron ante datos que también se proporcionaron desde la mentira y el engaño y lo experimentado a corto plazo obliga a cambiar lo prometido o antedicho. Pero para el simple ciudadano no es un consuelo.
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